La fiesta de nuestra Patrona, nuestra Señora de los Ángeles, se celebra el 2 de agosto de cada año y representa una oportunidad de venerar a la doncella, a la mujer nazarena que
fue visita por el Ángel Gabriel, bajo esta hermosa advocación. El término Señora aplicado a la Virgen no es una metáfora; con él designamos su verdadera preeminencia y reconocemos en ella
su auténtica dignidad y potestad en los cielos y en la tierra. María, por ser Madre del Dueño y Señor, es verdadera y propiamente Soberana, encontrándose en la cima de la creación y siendo
efectivamente la primera y principal persona no-divina del universo. María, la virgen, ha sido declarada por la iglesia: «bellísima y perfectísima, tiene la plenitud de inocencia y santidad que no
se puede concebir otra mayor después de Dios, y, que, fuera de Dios, nadie podrá jamás comprender». Por esta razón, ha sido venerada siempre como criatura más excelsa, por encima de todos los Ángeles. Ellas, las criaturas celestiales, diversificadas en sus jerarquías de Querubines,
Serafines, Tronos, Principados, Potestades, Ángeles y Arcángeles le rinden pleitesía, como los patriarcas y los profetas y los Apóstoles… y los mártires y los confesores y las vírgenes
y todos los santos…. Pero como los títulos de María, están fundamentados en su unión con Cristo como Madre y en la asociación con su Hijo en la obra redentora del mundo, resulta que, por el primer fundamento, María es Madre de Dios, lo cual la enaltece sobre las demás criaturas;
por el segundo, María también es nuestra Señora, dispensadora de los tesoros y bienes de Dios, en razón de su corredención. Cierto que en múltiples y variadísimas ocasiones hemos acudido a ella
recordándole este hermoso título soberano, y lo hemos considerado repetidas veces en el quinto misterio glorioso del Santo Rosario. Hoy, de una manera especial, ¿qué puede impedirnos
que la tratemos con el cariño de un hijo? De hecho, su propio Hijo le aplicó las mismas palabras del amado que se leen en el Cantar de los Cantares, diciéndole: «Eres toda hermosa, y no hay
en ti mancha. Huerto cerrado, fuente sellada. Levántate, amada mía y vente» ¡Ven serás coronada!
Seguro que Ella nos espera; seguro que desea que nos unamos a la alegría de los «ángeles» y de los santos… con toda la creación. Y tenemos derecho a participar en esta fiesta tan grande, pues es nuestra Madre.